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¡Elige lo mejor para ti, aunque te tiemble todo!

¡Elige lo mejor para ti, aunque te tiemble todo!

El miedo es fuerte y poderoso cuando se instala en nuestro ser. Si se adueña de nosotros, no solo regula nuestro instinto de supervivencia para mantenernos vivos, sino que se apodera de nuestras emociones y puede llevarnos a la parálisis o a la impotencia.

Por: Liliana Arias

“Ojalá que la vida te permita ver la luz que hay en ti, te abra los ojos para ver tu grandeza y te quite la mordaza de la boca para que expreses lo que sientes. Ojala tus manos sean palomas que te lleven a pedir ayuda; ojalá encuentres la fuerza interior para salir de esa prisión que no te permite tranquilidad; que seas libre, que puedas ser feliz”.

Con estas palabras cerré una conversación con una amiga después de que, angustiada, me contara que su esposo la había amenazado de muerte y que el miedo la tenía paralizada y no le permitía tomar acción al respecto. Para ella, la mejor manera de seguir a salvo era someterse, quedarse callada y no salir a la calle para no enfadarlo. Un precio muy alto porque, en medio del maltrato, el dolor de la impotencia la acecha a cada momento y, en aras de salvar su vida, ve cómo su existencia se le va a cuentagotas por un agujero sin fondo.

Denunciar o pedir ayuda es uno de los primeros pasos que le permiten a una mujer maltratada preservar su integridad. Basta una acción, pero el miedo, en muchos casos, es más fuerte.

Lejos de juzgar, el hecho de escuchar y acompañar a distintas mujeres me pone en contacto con la fragilidad de la naturaleza humana y, por supuesto, conmigo misma y con mis propios miedos. Reconozco gracias a todas ellas, que todos somos como equilibristas que caminamos en la cuerda floja de la vida.  Cuando caminamos por esa delgada línea a lado y lado se encuentra el precipicio de nuestras emociones. Cuando las piernas nos tiemblan, nos sudan las manos y sentimos que el corazón se desborda, nos enfrentamos a ese miedo que, como una sombra, hace presencia en los momentos clave que sentimos que nos superan.

El miedo puede ser medicina en pequeñas dosis y veneno cuando nos lo suministramos en grandes cantidades.

Ello se debe a que aunque el temor es un estado transitorio, puede volverse recurrente, intermitente o progresivo, y una vez instalado en nuestro ser puede acompañarnos toda una vida disfrazado de dolencias, frustración y enfermedad. El miedo, en sus inicios, cumple con su misión de proteger, pero ya a gran escala sobreprotege. Así como los padres inseguros aíslan a sus hijos en burbujas para evitarles el sufrimiento, el miedo envuelve nuestro organismo en una burbuja que lo paraliza y que poco a poco desgasta nuestras células, nuestros tejidos y nuestros órganos,  ocasionándonos alguna enfermedad.

Lo cierto es que detrás del miedo a los insectos, a volar en un avión, a quedarnos encerrados en un ascensor, a los gérmenes, a ahogarnos en una piscina o a perder nuestras pertenencias están nuestras heridas más profundas, las que aquejan a nuestra niña interior. Los acontecimientos con los que nos enfrentamos a diario detonan nuestros miedos más profundos, aunque las verdaderas raíces de nuestras fobias son el miedo a la muerte, al abandono, al sometimiento, a la soledad, a la humillación, a la separación o al rechazo.

Como en muchas otras de nuestras emociones, no hay un antídoto para deshacernos de ellas. En nuestra condición humana, las emociones son energía que no se puede destruir sino ser transformada, utilizando el amor como principal catalizador. En el miedo no funciona otra opción que volver a nuestro centro, mirar justo dentro de nosotras mismas, detenerse, respirar y  sujetarnos fuerte a nuestro ser interior. Solo mirando hacia adentro encontraremos ese punto de equilibrio que nos permite atravesar el miedo para transformarlo y abrazarlo, como cuando una madre toma a su hijo en brazos y lo acerca a su corazón con ternura para permitirle sentirse a salvo.

Porque cuando entendemos las raíces de nuestros miedos y la manera como les permitimos adueñarse de nosotros somos capaces de transformarlos. Al respirar conscientemente nos permitimos llenar de aire esa sombra densa y la colmamos con luz, ubicándonos en el presente que tenemos. Eso nos ayuda a entender que la mayoría de los miedos viven en el futuro. También nos damos cuenta de que nos angustia lo que podría pasar.

Así, con la mente y el corazón en el presente, entramos en equilibrio y no en discusión. No nos recriminamos ni juzgamos, sólo lo abrazamos, lo entendemos y le hablamos con dulzura. Entendemos que no necesitamos huir, culpar o pedirle a ese temor que se marche. Comprenderlo y conocerlo, como muchas otras cosas en la vida, nos permite saber que en medio de su existencia podemos tener la autonomía para decidir y crear nuevas respuestas que estén más conectadas con nosotras mismas, con nuestro amor propio, entendiendo que dentro de nosotras ya tenemos la valentía para actuar y la capacidad de elegir, aunque nos tiemble todo.

 

 

Liliana Arias

Liliana Arias

Liliana escritora y periodista especializada en tema sociales. Nació en Bogotá y desde niña amó los libros y la poesía y su sensibilidad la llevó a acercarse a temas espirituales, artísticos y sociales

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