Los años no vienen solos solemos decir, y con el paso del tiempo las mujeres cargamos con la edad como si fuera un estigma que nos ubica dentro de unos parámetros que debemos cumplir. Al llegar a la madurez en lo que debería ser el estado más pleno de nuestras vidas, empezamos a sentirnos viejas y lo peor de todo debemos enfrentarnos a la dualidad de seguir con nuestras ocupaciones rutinarias o dar un paso adelante hacia nuestros sueños.
Por Liliana Arias.
Martha Hernández trabaja junto con su esposo en una empresa familiar. Durante muchos años se desempeñó como administradora en varias entidades educativas y hace más de un año abandonó su trabajo para lanzarse como independiente. Pero ese no ha sido su único reto. Ahora, con más tiempo disponible para organizar su vida, se siente acorralada. Los cuestionamientos acerca de sus sueños y de sus verdaderos intereses no se han hecho esperar.
En su condición de mujer casada y madre de una hija adolescente no se ha atrevido a dar pasos que pongan en riesgo su estabilidad. Ha desarrollado un proyecto familiar totalmente válido en cuanto a la inversión de amor, tiempo y sacrificios. Sin embargo, se encuentra en un momento decisivo, en el que quiere retomar el rumbo de su vida, aún en medio de una sociedad que a gritos quiere hacerle creer que con 46 años una mujer no tiene muchas opciones, a no ser que sea una estrella de cine.
Las mujeres famosas acaparan el mundo con sus acciones. Pero ¿qué pasa con las mujeres detrás de bambalinas, el grueso más amplio de la población femenina? Sí, nosotras las anónimas, solteras, casadas, profesionales, emprendedoras o amas de casa, que optan por la estabilidad de un hogar, pero que tienen una vida personal y necesitan búsquedas individuales que les permitan crecer y sentirse realizadas.
Cómo encontrar ‘el elemento’
Como respuesta a esta necesidad de realización personal, el autor británico Ken Robinson, en su libro ‘El elemento’, propone que las personas hagan aquello que les apasiona, actividades que definitivamente nos pongan la “piel de gallina”. Eso significa descubrir para lo que hemos nacido, o encontrar algo así como nuestra misión en el mundo. Para explicarlo de una manera más poética, ‘el elemento’ vendría a ser aquello que nos hace felices y que nos conecta con el mundo.
Robinson hace énfasis en que nunca es demasiado tarde para encontrar ese “elemento” y afirma que todos conocemos a personas que se sienten atrapadas en su vida y desearían sinceramente hacer algo más significativo y satisfactorio, pero por cuenta de su edad –entre otros obstáculos– piensan que su cuarto de hora ya pasó.
Con varios ejemplos de vida, el autor se propone derrumbar esa creencia y cita a mujeres como Harriet Doerr, la autora de best sellers que, mientras sacaba adelante a su familia, escribía por afición. Cuando tenía 75 años volvió a la universidad para estudiar una licenciatura en historia y paralelamente se inscribió en un curso de escritura creativa en Stanford. En 1983, a los 70 años de edad, publicó su primera novela, ‘Stones for Ibarra’, con la que ganó el National Book Award.
Y los ejemplos siguen. Julia Child, la chef a la que se le atribuye el mérito de haber revolucionado la cocina estadounidense y de reinventar los programas de cocina en televisión, sólo hasta los 35 años descubrió la comida francesa y a partir de ese momento comenzó a formarse profesionalmente. A los 50 publicó su gran libro ‘Mastering the Art of French Cuisine’.
La madurez: época de realizaciones
Finalmente, indagar y avanzar hacia unas metas propias es una necesidad humana, y para ello es válido seguir rutas que lleven al encuentro con lo mejor de nosotras mismas. La vida da maneras muy lineales de vivir con finales fácilmente previsibles. Se nos ofrecen caminos de realización personal que nos ponen a decidir entre una vida familiar estable o el éxito profesional. No hay opciones intermedias. Y la vida es dinámica, cambiante y llena de propósitos.
Las posibilidades de crecimiento y realización para Martha Hernández y para las mujeres de más de 45 años es limitada. Pareciera que las posibilidades de educación, creación y acceso a los sueños estuvieran vetadas por la edad, el género, el estado civil o la condición económica.
Cuando se inicia la madurez, se piensa que ya es tarde para todo. Lo común es resignarse a sentirnos invisibilizadas, y convertirnos en seres anónimos que caminan en “piloto automático” por la calle entretenidas únicamente con las bolsas de la compra del supermercado y acompañadas por la imposibilidad de seguir buscando nuestro destino.
Se nos olvida con frecuencia que en la madurez y también, ya cercanas a la “plenopausia” entramos en un punto alto de consciencia y despertar. En esta etapa vivimos el tope de nuestro desarrollo biológico y alcanzamos el inicio de la plenitud psíquica. En ese punto se da el momento ideal de nuestra existencia, al unirse el conocimiento y la experiencia del amor, la maternidad, los sinsabores y los aciertos. Es entonces cuando la mujer sabe definitivamente qué le gusta y qué no de la vida.
Se extraña la juventud y la belleza y no se valora la riqueza de la experiencia porque se asocia la adultez con desgaste y fealdad. A las mujeres se les enseña a desechar lo mejor de sí en pro de los ideales de una sociedad que mete a todos en un mismo saco sin reparar en las necesidades y prioridades personales.
Es verdad: la capacidad creativa no tiene edad. Las vidas de muchas personas cercanas nos avisan que el refrán: “loro viejo no aprende a hablar” puede ser muy mentiroso y limitante.
A cualquier edad se puede
Lucila Orozco, una viajera empedernida de 84 años, se toma el aprendizaje del inglés en serio. Todos los días mientras permanece en casa de su hija en San Francisco (Estados Unidos) va disciplinadamente a su curso de inglés. “Mi aprendizaje es un poco lento pero de palabra en palabra es mucho lo que he logrado”. Igualmente se ha dedicado a aprender sistemas. Es su forma de sentirse viva e intelectualmente activa.
Descubrir nuestro elemento y cultivarlo en cualquier momento de nuestra vida implica “quitar del medio los obstáculos y las críticas que nos impiden dedicar nuestra vida a ello”. Robinson explica que descubrir el ‘Elemento’ “no es una cuestión de suerte, sino de oportunidad, de padres atentos, de buenos mentores, de tener miedo y aun así, lanzarse”.
El libro reflexiona sobre la importancia de reunir pasión y profesión en los individuos, y superar el estado de millones de personas que odian lo que hacen y que querrían hacer otra cosa, pero aun así van todos los días al trabajo y toman alcohol y pastillas para aguantar.
Las mujeres estamos llamadas a tener confianza absoluta en nuestras capacidades. Como mujeres, es usual encontrar obstáculos pero también hay ventajas: incluso la estructura de nuestro centro nervioso en nuestro cerebro es más grueso, y eso nos permite hacer varias tareas al mismo tiempo. Cuando lo descubrimos, nuestras posibilidades son infinitas.
Es vital pensar que ‘el futuro es una acuarela y la vida un lienzo para colorear’, como dice el cantautor brasilero Toquinho, en su canción ‘Acuarela’. Porque indudablemente se necesita a más mujeres emprendiendo viajes solas o acompañadas, que hagan poesía, que canten, que escriban libros, que bailen, que saquen empresas adelante, que aprendan y enseñen, que hablen idiomas o toquen los instrumentos que siempre soñaron tocar. Se necesitan más mujeres que cocinen lo que siempre han querido, que suban montañas y que las bajen sin reparos, que experimenten y se atrevan. Mujeres sin temores de vivir sin reserva.